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EXPEDIENTE 109.02.05

Relatos Dreamers

EXPEDIENTE 109.02.05

No sé todavía qué es lo que me impulsa a escribir esto. Sólo sé que quiero hacerlo ahora aunque nunca antes lo había hecho. Me refiero a escribir, algo, cualquier cosa, plasmar en papel algún pensamiento, alguna historia. Ahora pienso que siempre he admirado a aquellos que ante el menor atisbo de actividad cerebral se aprestan a coger su Bic o el del acompañante o el de quien accidentalmente pase por allí y convierten el pedacito de papel que tengan más a mano, ya sea una servilleta o el comprobante de la compra, en jaula de esa idea fugaz que de otra forma se perdería. Me gustaría ser así. Sí, aunque no lo haya hecho nunca, pienso firmemente que no se debe dejar volar la imaginación. Apenas empiece a levantar el vuelo debería hacérsele una cárcel apropiada, no de hierro y hormigón sino de tinta y papel.Añadir Anotación

Releo este puñado de líneas y me doy cuenta de que divago, y de qué forma. Trivial hasta caer en lo cursi, retrasando entrar en la verdadera historia como si ésta no tuviera más importancia que la de un cuento para una revista pulp. Quizás porque no me atrevo a contar lo que quiero contar o no sé cómo hacerlo, o todavía me miento a mí mismo intentando creerme mis mentiras como he estado haciendo últimamente hasta que la realidad me golpea de nuevo. Y como algo banal he tecleado “No sé todavía qué es lo que me impulsa a escribir esto”. Sí que lo sé: es el miedo a estar perdiendo la razón o a haberla perdido ya.Añadir Anotación

Me dispongo por tanto a dejar testimonio de lo que me ha estado pasando estos últimos meses, aunque los acontecimientos se han desarrollado a un ritmo frenético en estas dos últimas semanas, pues no quiero perder ni un dato siquiera por minúsculo que sea, ni de lo que ha acontecido ya ni de lo que estoy seguro va a ocurrir, ya que tengo el presentimiento de que esto que escribo será mi única posibilidad de contacto con la realidad cuando todo haya acabado.Añadir Anotación

Los pocos que me tratan saben bien de mi afición a pasear por el monte o a dejar pasar las horas entre la naturaleza con la única compañía de un libro. Fue en una de estas ocasiones que mi desdicha empezó, en el último día del verano del pasado año.

El estío llegaba a su fin, aunque de hecho ya había acabado a finales de agosto cuando se sucedieron varios días de torrenciales lluvias, después de las cuales, sólo la hoja del calendario atestiguaba la estación. Sin embargo tras unos días de tiempo seco a pesar de las oscuras nubes, aquel sábado de septiembre amaneció soleado, descubriendo un cielo alto y limpio.Añadir Anotación
Al abrir la ventana el aire se mostró menos cálido de lo que cabría esperar. Reconozco que posiblemente a muchos les resultara incómodamente fresco, pero como quiera que nunca he sido friolero la circunstancia no me acobardó y me dispuse a pasar aquella tarde en el monte, perdido entre mis pensamientos y las páginas de la última novela de H.P. Howard Poe (1).Añadir Anotación
Como otras veces acudí al pequeño arroyo que baja, incluso en los más obstinados veranos, desde Santa Mariña a Taboadela (2), primero entre rocas y entre tierras de labranza después, pero siempre dócil y cristalino. Aquel verano, tan húmedo para desconsuelo de muchos, le había dado un vigor del que carecía habitualmente en esas fechas.Añadir Anotación
Me senté en una gran piedra lisa del terraplén a unos tres o cuatro metros del agua. Y al igual que tantas veces me sumergí en la lectura arrullado por el monótono discurrir de la corriente. No fue hasta que el sol empezaba a descender que reparé en los efectos que las fuertes lluvias de semanas atrás habían ocasionado en aquel paraje, removiendo tierra y piedras. Allí a mi derecha, a un par de metros de mi asiento un pequeño y sucio trozo de tela asomaba entre los terrones removidos.Añadir Anotación
Empecé a excavar perezosamente alrededor de él con una ramita, sin ningún tipo de interés al principio. La tela era parecida a la que se usa para hacer sacos aunque más fina y se rompió en dos cuando tiré de ella con la mano. Creo que estaba a punto de dejarlo cuando por no sé qué razón decidí desentrañar aquel misterio, si así podía llamársele. No por confiar en descubrir un tesoro o algo insospechado. Fue más bien ese tipo de pequeña rabieta infantil que todos tenemos a veces cuando se nos resiste algo en principio muy sencillo de hacer, como abrir el tarro de la mermelada o colocar algo en su sitio. De haber verbalizado mis pensamientos en aquel momento habría surgido algo así como: “Con que no quieres que te desentierre, pues ahora verás”.Añadir Anotación
Y, maldita sea mi suerte, lo saqué a la luz. En el pedazo de tela estaba cuidadosamente envuelta una pequeña caja de lata completamente oxidada. Era una vieja caja de galletas cuya intrincada decoración todavía se adivinaba a pesar del óxido. Mostraba una escena campestre: unas damas ataviadas al estilo del siglo XVIII que se divertían con algún juego en el que intervenía un pañuelo rojo. El dibujo, inscrito en un óvalo, estaba enmarcado por una muy detallada y recargada decoración a base de hojas de plantas que se extendía al resto de la tapa y parte de los laterales. Las dos diminutas bisagras atacadas por la herrumbre se rompieron cuando, con ansiedad, intenté abrirla. Dentro me encontré con un pequeño bulto del tamaño de un puño, envuelto en un mohoso retal de terciopelo rojo ceñido con un rosario.Añadir Anotación

Quiero hacer un alto en esta recopilación de acontecimientos para apuntar ahora que me hubiera gustado ser más prudente y digo prudente cuando en verdad pienso: supersticioso. Nunca me había creído una sola historia de hechos paranormales, de apariciones o espíritus ni por supuesto de milagros o influencias de demonios o brujas. Así que aquel envoltorio sólo me produjo extrañeza al principio y después una especie de lástima por el responsable de aquel extraño ejercicio de enterramiento: una inofensiva estatuilla de piedra enfundada en una tela roja y encadenada por un rosario para ser confinada en una celda de lata y luego enterrada. Pensé que quienquiera que lo hubiera hecho había tenido alguna motivación mágica o religiosa para hacerlo. Motivos que a mí siempre se me habían antojado risibles, vergonzantes, irritantes a veces.Añadir Anotación

El rosario se rompió cuando manipulé el bulto. Al desempaquetarlo descubrí una piedra, como ya he mencionado del tamaño de un puño. Era una pequeña roca de color gris oscuro, basalto quizás, no podría decirlo con seguridad. Redondeada, bulbosa y pulida no representaba aparentemente forma reconocible alguna; me recordó a una réplica en miniatura de una de esas esculturas de arte moderno. Ojalá hubiera arrojado en ese momento aquella piedra lejos de mí y perderla de vista para siempre.Añadir Anotación

Aquella misma noche tuve un sueño inquieto. Desperté un par de veces angustiado, con una fuerte opresión en el pecho y unos latidos en mi cabeza difícilmente descriptibles, como una especie de corrientes eléctricas en mi cerebro. No conseguí recordar qué estaba soñando, cosa extraña en mí, que cuando las emociones de la ensoñación se hacen tan vívidas como para devolverme a la realidad, siempre recuerdo aquello con lo que soñaba. Estos despertares sobresaltados con el paso de las semanas se hicieron cada vez más habituales. Al principio era sólo una vez por semana, a veces dos, pero con el transcurrir del tiempo llegaron a hacerse diarios, incluso a acontecer varias veces en la misma noche. Para entonces ya sólo era capaz de dormir un par de horas fragmentadas cada noche, pues tras cada despertar la opresión en el pecho y los calambres dentro de mi cabeza me mantenían despierto y en un estado alterado durante largo rato. A día de hoy creo que podría contar con los dedos de una mano mis horas de sueño en los últimos cuatro días.Añadir Anotación
Cuando los despertares empezaron a menudear y yo todavía ignoraba las causas, busqué soluciones, como haría cualquiera, en la ciencia médica. Me examinaron concienzudamente. Físicamente estaba sano, por lo cual mi médico me explicó que según las evidencias mis problemas debían de ser de índole psicológica. Me recomendó acudir a la consulta de un psicólogo conocido suyo, especialista en trastornos del sueño, un tal Doctor Míguez, pero nunca llegué siquiera a pedir cita para su consulta. El motivo: empecé a darme cuenta de cuál era la causa de mis problemas y supe que sólo yo podría arreglarlos. Pero si quiero relatarlo todo ordenadamente deberé volver sobre mis pasos.Añadir Anotación

El hecho fue que aquel infausto día decidí llevar conmigo mi extraño hallazgo. Prescindí de la tela de saco y el retal de terciopelo y me quedé con la piedra, el rosario y la caja de lata. Después, en casa y tras estudiar de nuevo los objetos, deseché la caja y el rosario. La caja era inservible y el rosario era una baratija de cuentas de hueso sin valor. Sin embargo la piedra me fascinó. Era muy suave e incluso cálida al tacto. La miré desde todos los ángulos posibles y sólo pude mantener mi impresión inicial de que no representaba nada en concreto, quizás en esto residiera su belleza, o en su color, su tacto tibio, su primoroso pulido o en todo ello a la vez. Finalmente decidí darle un prosaico uso como pisapapeles en el escritorio de mi sala de trabajo, al lado del monitor del ordenador. Así la coloqué, podría decirse que de pie, sobre dos de sus redondeadas prominencias.Añadir Anotación

El fin de semana siguiente llevé a una mujer a casa. La había conocido aquella misma noche de sábado. Nos gustamos y deseábamos lo mismo. Pero lo que me hace escribir este apunte es lo siguiente:
Después de haber hecho el amor nos quedamos dormidos. Un poco más tarde desperté acosado por las angustiosas sensaciones que acabo de describir (aquella era todavía la segunda vez). Mi ocasional compañera no estaba a mi lado. Me levanté sin hacer ruido, la cabeza todavía latiendo con fuerza. Escuché el débil sonido de un roce de papeles en mi habitación de trabajo. Me detuve en el umbral. Ella estaba de pie, desnuda frente al escritorio, de espaldas a mí. Con la cabeza ligeramente inclinada observaba algo que sostenía en su mano derecha. La luna llena a través de la ventana jugaba al blanco y negro con la escena. Me oyó entrar pero no se volvió hacia mí. Me acerqué y acaricié sus caderas muy suavemente, desde atrás hacia delante. La sentí estremecerse y retiré mis dedos sólo hasta el límite en donde el vello empezaba a cubrir la piel de su pubis.Añadir Anotación

- Es preciosa, - me dijo-, fascinante ¿dónde la conseguiste?

Acariciaba la piedra con dulzura en su mano. Luego la deslizó con ternura por las mejillas y el cuello.
Yo no dije nada. Me sentí irritado pero no dije nada. Sabía que el tono meloso en que me había hablado no era sólo un comentario sin intención. La verdadera pregunta era: ¿puedo quedarme con ella? Cualquier otra cosa que ella hubiera deseado no me habría causado un enojo así. Siempre me ha gustado hacer regalos pero de aquel objeto no quería desprenderme, sólo llevaba unos días conmigo, posiblemente no tenía valor alguno y prácticamente me había olvidado de él, pero no podía dárselo. Ahora sé que en ese momento mi vida empezó a ser cautiva del influjo de aquel pequeño pedazo de roca.Añadir Anotación
La abracé suavemente por la cintura entrecruzando mis manos sobre su vientre. Me apreté contra ella y la besé en el cuello para luego ir descendiendo hasta el hombro. Con caricias y besos desvié su atención y arrebaté mansamente la piedra de su mano sin que pareciese otra cosa que un gesto cariñoso más. El pequeño objeto me pareció en aquel momento más cálido y brillante que de costumbre.Añadir Anotación

- Ven, - dije casi en un susurro sin dejar traslucir mi irritación ya mudada en alivio tras haber devuelto la piedra a su sitio -. Volvamos a la cama.

Hicimos de nuevo el amor y otra vez nos dormimos. Por la mañana desayunamos juntos y se fue. No he vuelto a verla, ni siquiera recuerdo su nombre.

Días más tarde empezaron a sucederse los nuevos acontecimientos extraños que luego he bautizado con el nombre de “caídas”, en un alarde de originalidad.
Una noche me despertó un ruido seco y breve, un golpe apagado como si algún objeto se hubiese caído. Encendí la luz, me levanté y recorrí la casa buscando la causa del golpe. No la pude encontrar. Me dije a mí mismo que seguramente estaba demasiado dormido todavía como para advertir algún pequeño objeto caído en alguna de las estanterías del apartamento. Quizás el ruido sólo formara parte de una de mis ensoñaciones. De lo que sí estaba seguro era de que no había sido nada de importancia. Tenía razón. Por la mañana encontré caída una figurita de cerámica pintada, un regalo de mi amigo Alejandro, una baratija que me trajo de un viaje a Santo Domingo. Se le había roto la cabeza. La tiré a la basura sin pena. Nunca me había gustado demasiado. La usaba para sujetar un libro que no acababa de mantenerse en pie. Evidentemente la solución no había sido la más adecuada: el libro terminó por caer arrastrando la pequeña figura, demasiado ligera para sostenerlo. Esa fue la explicación incuestionable en aquel momento. La realidad fue otra.Añadir Anotación
En la misma situación me vi la siguiente noche, aunque esta vez el ruido fue mayor, al igual que el destrozo. Otro libro. Un volumen de la enciclopedia de arte se había abatido sobre el estante empujando una pequeña botella de cristal tallado que se vino abajo inundando el suelo de diminutos fragmentos brillantes. El estante estaba ligeramente combado por el peso de los libros y seguramente eso hizo desequilibrar el tomo con el consiguiente efecto dominó. Como en la vez anterior la causa había sido otra pero yo todavía no lo sabía.Añadir Anotación
Con la “caída” ocurrida dos días más tarde empecé a inquietarme. También ocurrió por la noche y el estruendo debió de despertar a todos mis vecinos. Esta vez fue un cuadro del salón, una especie de tabla de arcilla decorada con formas abstractas de colores. Era muy pesada y no tenía marco. Dejó hendido el parqué al deshacerse contra él. Se había soltado el enganche que tenía en su parte posterior seguramente debido al peso excesivo. Deberían haber puesto algo más seguro, pensé. Tercera equivocación, tras la que me dirigí a la cocina y calenté en el microondas un vaso de leche con cacao. Eran las tres y media de la madrugada. Repasé mentalmente las tres “caídas”. Estaba nervioso, tanto que empecé a considerar si sería víctima de algún tipo de mal de ojo o hechizo. Me llamé idiota por haberlo pensado, ideas tales no deberían ocurrírseme a mí, una persona cabal. No, las caídas se habían producido por causas lógicas, no había nada sobrenatural. Nada. Y como un fogonazo se me vinieron a la cabeza recuerdos de días anteriores: la cazadora que se había caído del perchero, el bolígrafo que encontré en el suelo, la manzana caída del frutero. Pero todo aquello era perfectamente normal. El hecho de que todo aconteciera tan próximo en el tiempo tenía que ser sólo una coincidencia, desquiciante, sí, pero nada más que una coincidencia.Añadir Anotación

Cuántas veces me habré repetido a mí mismo estas mentiras. Buscando una causa lógica y razonada, evitando ver la realidad. Sólo casualidades. Incluso cuando llegó el gris no quise verlo, hasta ahora. No quise ver que algo estaba reclamando mi atención. Eran señales. No podían ser otra cosa. ¿Por qué si no lo único que recordaba de mis sueños era negrura?Añadir Anotación

El día que mi ordenador dejó de funcionar empecé a verlo todo con otros ojos. Estaba trabajando en un diseño; muchas veces me traigo el trabajo a casa; el ordenador parecía ir excesivamente lento para la tarea que me ocupaba en ese momento. Empecé a impacientarme y unos segundos después la pantalla comenzó a desvanecerse suavemente hasta apagarse por completo. Los pequeños indicadores luminosos de la CPU sufrieron el mismo proceso. Me quedé perplejo mirando la pantalla inanimada, negra como mis sueños, sin comprender qué había ocurrido. Entonces mi mirada se cruzó con la piedra. Brillaba de una forma extraña, intermitentemente, como si latiera. Cerré los ojos y los apreté fuertemente durante un segundo intentando aclarar la vista, que yo no quería creer lo que estaba viendo. Al abrirlos la piedra había dejado de latir, pese a todo, su brillo parecía más intenso y no sólo eso. La contemplé unos instantes y llegué a la conclusión de que también parecía un poco más grande. ¿Había crecido?. Por supuesto que no, era una ilusión, mis ojos que me traicionaban, o quizás algún efecto de la luz artificial de la habitación. Todo tenía su explicación. Debía tenerla. Otro error. Pero de aquel suceso algo quedó en mi interior, algo que me hizo prestar mucha más atención a aquel intrigante objeto.Añadir Anotación
Así cada vez que me levantaba por las mañanas, o antes de acostarme, o al volver del trabajo o de la compra siempre dedicaba unos minutos a una atenta observación de la piedra y empecé a descubrir que se movía, a veces casi imperceptiblemente y que en realidad crecía. La coloqué sobre un folio y delimité con un bolígrafo el contorno de su base. Así descubrí que milímetro a milímetro ganaba tamaño, unos días más que otros. ¿De qué se alimentaba? ¿Acaso estaba viva?Añadir Anotación
Para entonces ya poco dormía y me pasaba largo rato despierto escuchando los sonidos de la oscuridad o vigilando a mi huésped sin saber que el huésped era yo. Sentía caer los objetos. Un par de ellos incluso, sin comedimiento alguno cayeron delante de mis ojos. Al día siguiente los recogía como si fuese un juego. Eso hice dos hasta que decidí poner fin al juego.Añadir Anotación
Ahora prácticamente todos los objetos más o menos frágiles de mi casa están en el suelo, los pocos que quedan. No va a conseguir vencerme. He descolgado todos los cuadros, he retirado todos los objetos de las estanterías, adornos, vajilla, todo.
Cada día más, mi tiempo se iba en la vigilancia de la piedra. Hasta que el gris llegó. En realidad no sé cuándo ocurrió, quizás empezó el primer día pero yo no me di cuenta hasta anteayer, cuando ya la roca había alcanzado el tamaño aproximado de un melón. ¡Los colores se han desvanecido! ¡Todo es gris!, como si hubieran absorbido el color de todas las cosas, mi ropa es gris, paredes, suelo, todo!Añadir Anotación

He dejado de lado mi trabajo desde hace ya no sé cuantos días, tampoco he salido de casa desde entonces. Los avisos se habrán acumulado en un contestador que no funciona y seguro que en el correo electrónico que no puedo usar pero ya no me preocupo. Tengo cosas mucho más importantes de las que ocuparme, tengo que vigilarla constantemente, pero todo esto va a acabar enseguida y volveré a ser el de antes, me afeitaré, me asearé, comeré algo y saldré a la calle cuando todo haya pasado, cuando yo haya vencido. Tampoco tengo electricidad, de alguna forma ella se la come pero no, no me importa, no me importa, no.Añadir Anotación
Hoy me he visto reflejado en el cristal de la ventana y he podido ver que he perdido algún que otro kilo en estos últimos días y qué mal color. ¡Dios mío, ni siquiera tengo color ya, estoy apagado, gris, como toda mi casa! Pero el dolor de verme así no ha hecho sino acicatear mi ánimo.

A estas alturas ya sé lo que quiere porque la veo latir y si estoy largo rato mirándola me hace un guiño de intensísimo rojo, insinuándome sus pretensiones. De alguna forma absorbe la energía de todo lo que la rodea. Me quiere a mí, no sé para qué, quizás sólo pretenda alimentarse de algo más que de las cosas inanimadas que nos rodean pero no lo va a conseguir, no ahora que he recuperado la confianza. Ya tengo mis armas y no se va a burlar más de mí. Le he pedido prestado a mi vecina la señora Martina su rosario, que por cierto es muy parecido a aquel que ataba el envoltorio de la piedra, mi enemiga. Me miró con extrañeza no sé si por mi aspecto, que a estas alturas pareceré un muerto en vida, o porque pensaba que me habría dado un súbito ataque de religiosidad. Cuando esto acabe tendré que comprarle otro. El terciopelo rojo lo obtuve de un regalo que me había hecho un cliente hace un par de años, una botella de Vega Sicilia en una caja de lujo, con un par de copas. Creo que mañana será el día adecuado para bebérmela a mi salud. También he dejado sin casa a aquellos mantecados y polvorones de la pasada Navidad y que no había llegado a comer, muy bonita la caja cilíndrica de lata, el tamaño ideal para mis propósitos. A lo mejor hasta me como los dulces para ayudar a digerir el Vega Sicilia. Y ahora… ¡a por ella! Mañana será un gran día.Añadir Anotación

El inspector dejó los folios en la mesa con una mueca de extrañeza y se recostó en el sillón que gimió bajo su volumen.

- ¿Y bien?

- No sabría decirle, señor inspector. Lo encontramos esta mañana en el apartamento del fallecido, sobre el escritorio, en la habitación en la que hallamos el cadáver. Es extraño; efectivamente semeja un relato pulp, como dice su desgraciado autor al principio.

- Eso si el desgraciado autor, como usted dice, es el fallecido.

- Sí, sí, por supuesto, aún no lo hemos comprobado pero en mi opinión encontraremos que ambos son la misma persona. Falta el informe del grafólogo, pero por las primeras comparaciones que hemos realizado con algunas notas manuscritas… bueno, no somos especialistas, pero parece la misma letra.

- ¿Y han encontrado alguna relación entre lo que se dice en el relato y el escenario?

- Sí, hay ciertas coincidencias y también algunas discrepancias con lo que allí nos encontramos. Tal como aparece en la narración, el suelo de la casa estaba lleno de objetos de todo tipo, algunos cuidadosamente colocados, otros esparcidos, algunos de ellos rotos. El ordenador no funcionaba, tampoco había electricidad ni línea telefónica. Por lo que respecta a la “invasión del gris” que se menciona en el escrito no hemos comprobado evidencia alguna, si acaso los muebles de la habitación y algunas cosas más parecían haber perdido color, como si hubieran estado expuestas largo tiempo a la luz del sol, cosa que quizás no sea demasiado extraña pues la vivienda se encuentra en un último piso y esa habitación en concreto, por su orientación, recibe muchas horas de sol. Cuando nosotros llegamos las persianas estaban completamente subidas y el ventanal abierto.Añadir Anotación
“En lo referente a la piedra, si la que se menciona en la historia es la misma que el fallecido aferraba entre sus manos, no sería negra sino roja y su tamaño no sería aproximadamente el de un melón como se comenta en la última página sino más bien del tamaño de un puño, como se la describe al principio”.Añadir Anotación
“En torno a él estaban los objetos con los que presumiblemente pretendía ocuparse de la piedra: el rosario, que en efecto pertenece a una de sus vecinas, la caja de lata, el terciopelo. Es de suponer que envolvería la piedra en el terciopelo, ataría el paquete con el rosario, lo metería en la caja y la enterraría, como hizo el anterior propietario de la piedra, si es que ésa fue la forma en que llegó a sus manos”.Añadir Anotación
“Por otra parte el fallecido alude a su adelgazamiento pero sin detenerse demasiado en él, como si no le mereciese una importancia decisiva. El cadáver que nos encontramos presentaba una delgadez extrema, carecía casi totalmente de masa muscular, los huesos parecían sólo cubiertos por la piel amarilla y acartonada y este estado no pudo deberse al tiempo pasado desde la muerte, estimado por el forense en 72 horas como máximo, además, y esto es lo más excepcional, el cuerpo estaba prácticamente desangrado, sin embargo no se encontró rastro alguno de sangre en la vivienda”.Añadir Anotación
“Si me permite dar mi opinión no deberíamos darle al relato más valor que a las declaraciones de un loco. Un pobre hombre que por algún motivo ha perdido la razón y ha ido distorsionando su percepción de la realidad, distorsión que se ha precipitado en los últimos días hasta el punto de causarle la muerte. Quizás su obsesión por la piedra y su estado mental hicieran que dejara por completo de comer y beber… no sé… no sé si será posible que una obsesión sea más fuerte que cualquier otra motivación fisiológica primaria”.Añadir Anotación

- Nos queda el asunto de la ausencia de sangre en el cadáver. Todavía existe la posibilidad de que alguien más tuviera algo que ver en esta muerte.

- No lo creo señor, el forense ha determinado que la muerte se produjo por un paro cardiaco, no había señas de envenenamiento, no había heridas o golpes no existen indicios de lucha, nadie ha oído ni visto nada, además el manuscrito viene a aclarar un poco todo esto. Seguro que el forense, a poco que busque entre la literatura de su profesión encontrará una explicación más o menos convincente.Añadir Anotación

El inspector miró su reloj de muñeca y se levantó no sin esfuerzo del asiento que agradeció el alivio de presión.

- Bien, me gusta su deducción, -dijo tendiendo la mano al otro hombre-, esperaremos entonces a los informes del grafólogo y del forense para cerrar el caso como mejor nos convenga, tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos.

- Sí, señor.

     FIN

1 – Juego de palabras que resultaría insultante explicar si el lector es, como se supone, (al menos el autor así lo ha hecho) un amante de la literatura de fantasía.

2 – Dos pequeñas localidades rurales a unos 15 km al SE de Orense capital.Añadir Anotación


, 11 de Septiembre de 2005
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